Perugorría: “Cuba va a cambiar por la voluntad de los cubanos”

El reconocido actor cubano Jorge Perugorría ha expresado su opinión sobre la inevitabilidad de los cambios en la Isla, la libertad en el arte en Cuba y sobre los jóvenes cubanos que llegaron a inocularse el virus del sida —historia recogida en el filme Boleto al paraíso, de Gerardo Chijona.

En entrevista publicada hoy en el diario español El País, el actor se refiere a la política cubana y considera que los cambios en Cuba, entre los que incluye la libertad de prensa y el acceso a Internet, son inevitables, pero que deberán producirse por la voluntad de los cubanos y no por “imposiciones” desde el exterior, aludiendo al embargo estadounidense.

“Cuba va a cambiar por la voluntad de los cubanos, no hay otro camino, no tenemos más remedio, pero nunca lo hará por imposición de otros”, declaró Perrugoría, y añadió que “La política estadounidense es del siglo pasado y eso también tiene que cambiar, porque no ha contribuido a traer la libertad a la Isla. La revolución fue producto de una juventud con ganas de cambio, no se puede negar la historia de 50 años, pero ahora hay que renovarse y reinventarse”.

Perugorría, de visita en Madrid, reconoce que ha tenido suerte de lograr en Cuba lo que muchos compatriotas pretenden conseguir cuando abandonan la Isla: vivir de su trabajo.

“He tenido la suerte de encontrar en Cuba lo que la gente sale a buscar fuera: vivir de su trabajo”, señala.

“Yo lo que soy es un currante. El arte es trabajo, es el resultado de esfuerzos y constancias”, indica y agrega que “En Cuba, el cine y el resto de las artes gozan de una libertad y una complicidad con el público que no tienen ni la televisión ni la prensa”.

El actor, que forma parte del elenco de la película Boleto al paraíso, a estrenarse este viernes en Madrid, recuerda el drama de jóvenes cubanos que escaparon de sus provincias para ejercer la prostitución en la capital de la Isla y que, en su desesperación, se contagiaron con el virus del sida, con el fin de asegurarse medios mínimos de subsistencia.

“Hubo jóvenes que se sometieron a contagiarse con el virus del sida porque sabían que serían trasladados a una clínica donde tendrían comida gratis y ropa limpia”, declaró el actor sobre estos hechos recogidos en el libro Confesiones de un médico, de Jorge Pérez, quien dirigió durante doce años el sanatorio donde eran recluidos los enfermos de sida en Cuba.

El filme Boleto al paraíso, Biznaga de Plata a la Mejor Película (Festival de Málaga), Premio Estrella de La Habana a la Mejor Película (Havana Film Festival, Nueva York), y Premio del Público (Festival de Biarritz), será exhibido hoy miércoles en Casa de América, Madrid. Tras la proyección, habrá un coloquio con el realizador Gerardo Chijona y la actriz protagonista Mirel Cejas.

Redacción CUBAENCUENTRO, Madrid | 26/10/2011

Romeo y Julieta en el siglo XXI

Por Ada Oramas

Boleto al paraíso, largometraje de Cuba, España y Venezuela, dirigido por Gerardo Chijona, es una película excelente, de una crudeza lacerante, a partir de una serie de conflictos que van entretejiendo un tejido que apresa a la protagonista y desembocan en un final trágico ocasionado por la pandemia de este siglo, el sida.

Eunice es una adolescente que comparte el hogar con su padre quien la convierte en una víctima de su acoso sexual, por lo que ella trata de llegar a casa de su hermana que vive en la provincia de Matanzas, quien también escapó de la persecución paterna.

El temor a ser atrapada por el padre, hace que la joven huya también de la casa de la hermana, conoce un a grupo de rockeros e intenta convivir con ellos, pero tampoco se adapta a sus hábitos.

Durante una parte, el largometraje se transforma en una road movie, en el cual ocurren escenas matizadas de un humor entre negro y grotesco, como la protagonizada por Alberto Pujol, un chofer con serios problemas mentales, quien conduce a los muchachos hasta La Habana a partir de un trueque inaudito con las jóvenes.

Tras aventuras ocasionadas por su convivencia con una de las muchachas de la pandilla que le exige ejercer la prostitución como medio de vida, la muchachita se entera que Alejandro está hospitalizado por padecer de sida y, en una escena de alta tragicidad, conmovedora por la dimensión de su sacrificio, hacen el amor en lo alto del sanatorio.

El vuelo poético que adquiere este suicidio a largo plazo, casi shakesperiano, constituye uno de los momentos de mayor impacto dramático del filme, consagratorio para los dos jóvenes actores, Delia Cejas como Eunice y Héctor Medina, como Alejandro.

Aunque se trata de una ficción, resulta inexplicable que esa muchachita no haya contado con la ayuda de nadie para salir de ese abismo, incluso viviendo en un basurero. El papel de la maestra, que intentó ayudarla, en un principio, no posee valor pues aquella mostraba un interés mayor por el padre que por su alumna, lo cual queda reiterado en sus acercamientos al progenitor de la adolescente.

La película, desde el punto de vista dramatúrgico está muy bien lograda, el nivel actoral es de una calidad suprema, al igual que la fotografía y la banda sonora. La atención en el sanatorio, tanto desde el punto de vista médico como humano constituye la contrapartida de esa indefensión de la protagonista, a quien nadie fue capaz de tenderle una mano solidaria, para sacarla del laberinto en el cual nunca encontró la salida.

Tribuna de La Habana
La Habana, Cuba
Diciembre 12, 2010

Boleto al Paraíso

Por Rolando Pérez Betancourt

De los abusos sexuales de un padre a su joven hija, de marginales en un frenesí de alucinógenos que no dejan ver ni rumbos ni propósitos, y de un final coronado por el VIH, compone Gerardo Chijona su último filme, Boleto al paraíso, inspirado en hechos reales, y hay que recalcar esto último porque habrá un momento en que al espectador le cueste creer lo que está viendo, pero, en esencia, el asunto fue así.

Giro contundente el de la trama a mitad del metraje, cuando el director tiene a la audiencia en un puño con su (casi) tragicómica historia de la hija ultrajada que pone pies en polvorosa y se une a tres frikis de provincia, dispuestos a escapar a una capital que les resulta tan lejana como esperanzadora. Hasta ese momento el dinamismo de la trama, el desempeño de los actores y el don indiscutible de Chijona para tejer situaciones humorísticas perfectamente encajadas en los conflictos más angustiosos, no admiten reparos.

Entonces llega un cambio de registro dramático cuando uno de los jóvenes (el más aplastado por la vida, se nos ha hecho ver) les propone a sus amigos dejarse contagiar por el virus del sida, lo que les posibilitaría llevar una vida muelle en el sanatorio adonde van a parar los enfermos.

Los hechos tienen lugar en el año 1993, en plena cresta del llamado período especial, pero el cuadro que se recrea no es lo suficientemente sugerente como para subrayar los desconciertos económicos, materiales y espirituales presentes en el país tras el derrumbe del campo socialista. En relación con los protagonistas, la presión que los impulsa al acto suicida se reduce, en gran medida, al rigor policíaco de que son objeto para evitar que se consuma droga en los conciertos de rock donde participan.

Una asepsia en la recreación del tejido social y en la complejidad existencial de los jóvenes marginales, que le resta fuerza a la resolución de esos espíritus salvajes de renunciar al libre albedrío para refugiarse en un sanatorio donde, aseguran con una ingenuidad estremecedora (que estuvo presente en el hecho real), piensan pasarla de maravilla.

Historia impactante, sin duda, la de Boleto al paraíso, respaldada por la muchacha provinciana que, huérfana de afectos, encuentra en uno de los jóvenes descarriados un sentimiento sincero que la hace madurar, y hasta jugar una partida de amor con la muerte.

El desenlace, incluyendo la escena del tejado, no pocas veces vista, y el posterior lance pasional, se lo juegan todo a la historia de amor que se pretende plasmar con una rotundez decisiva para coronar por lo alto lo que hemos estado viendo. Pero aunque perfectamente creíble como crónica de los hechos, a ese cierre le falta, en su composición visual y dramática, el extra artístico que hubiera hecho de Boleto al paraíso una película más crecida.

Granma Digital
La Habana, Cuba
Diciembre 9,  2010

Boleto al paraíso, filme cubano en el Festival de Cine de La Habana

Por Elizabeth López Corzo

Lo que casi todo el mundo sabía sobre la más reciente película del realizador cubano Gerardo Chijona es que se inspiraba en el libro Sida: Confesiones a un médico, donde el doctor Jorge Pérez del IPK, relataba las historias de los enfermos de sida que él mismo trató.

Quizás el tema -que ha sido poco abordado desde el audiovisual de nuestro país- fue la principal motivación para que el público colmara la sala en este 32 Festival del Nuevo Cine Latinoamericano; aunque, claro, se trata de un filme cubano y eso siempre atrae a mucha gente.

A mí me había llamado mucho la atención -por la imagen del cartel- que, aunque en el reparto hay grandes actores como Luis Alberto García, Blanca Rosa Blanco, Rafael Lahera o Enrique Molina, los protagónicos recayeran en intérpretes muy jóvenes, que hay que decir que lo hicieron muy bien. Ese es uno de los principales valores del filme pues -excepto la película de Fernando Pérez sobre José Martí, que también tuvo interpretaciones excelentes- no recuerdo otra cinta en los últimos años que se arriesgara tanto con sus personajes.

Todos se lucieron, cada uno fluyó como si realmente se tratara de sus propias vidas, como si ya hubieran estado en esas circunstancias. En especial Miriel Cejas (la Lisanka de Daniel Díaz Torres) fue estelar. No hizo falta que hablara en las primeras escenas y sólo con la mirada podíamos adivinar la vida infeliz que llevaba. En la última secuencia del filme se desdobló: su imagen solitaria en el plano y su vista fija a la cámara -hacia nosotros- mientras lloraba en silencio fueron su “consagración”.

Volviendo a la trama, lo otro que me parecía intrigante era el título, que pensé que se trataba de un juego de palabras: Boleto al paraíso, ¿cuál paraíso?, si me van a hablar de una enfermedad incurable. Apuesto a que casi todos fuimos al cine creyendo que se trataba de una película sobre el sida, que lo es, pero además es una historia sobre la amistad, la familia, la concepción de la vida y la búsqueda de una felicidad que se desvanece.

Boleto al paraíso es una película desgarradora, cuenta una faceta diferente de ese flagelo, al que todos evitan y al que sin embargo estos jóvenes se entregaron por ignorancia, por inmadurez, por rebeldía y, pudiéramos decir, que hasta por amor, en una época tan dura como los años noventa en Cuba, cuando muchos aún no sabían ni qué significaban esas siglas.

La película de Chijona es triste, no podía ser de otra forma, pero es hermosa y creo que es un acierto dentro del panorama del cine cubano contemporáneo.

Cubasí
La Habana, Cuba.
Diciembre 7, 2010

Un boleto al corazón

Por Susadny González Rodríguez

El director de Adorables mentiras (1991) y Un paraíso bajo las estrellas (1999) vuelve de nuevo al ruedo cinematográfico.

Luego de seis años en un proyecto que se frustró, Gerardo Chijona sólo desea mirar hacia delante y lo hace con la conmovedora película Boleto al paraíso, estrenada en el XXXII Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.

Es un largometraje de ficción que el realizador mantuvo todo el tiempo bajo la manga “para no despertar ni expectativas ni suspicacias”, quizás por ello se disculpa con toda la prensa.

“Adopté la táctica de no adelantar nada hasta terminar”, pues más allá de lo supersticioso que se sabe, considera este “un tema complejo y susceptible”.

Licenciado en Lengua y Literatura Inglesas en la Universidad de La Habana se inició en el mundo del cine como crítico, y según me confiesa, en aquel entonces “tenía la misma visión que poseen algunas personas hoy de los filmes cubanos: acaban con ellos”.

En esa época en Cuba no había escuela de cine, y empezó, de forma autodidacta, de asistente de dirección. Trabajó con Pastor Vega en Retrato de Teresa (1979), y con cineastas de la talla de Tomás Gutiérrez Alea (Titón) y Humberto Solás, en una etapa de formación, durante la cual aprendió “algo que jamás olvida: lo que no se debe hacer”.

Realizó incursiones en el mundo del documental con Una vida para dos (1984) o Kid Chocolote (1987).

“Fui feliz haciendo documentales de testimonio, me involucraba mucho con los personajes. Siempre digo que ésa fue mi escuela en la dirección de actores”.

No en balde a este género, que le sirvió de trampolín para aterrizar en la ficción, le debe innumerables premios.

“Aunque no estoy cerrado a nada, siempre dije que era ave de paso en el documental, y a la primera oportunidad presenté el proyecto de Adorables mentiras”.

Antes del inicio de la preproducción, Chijona fue invitado por Robert Redford al Sundance Institute, en el cual recibió talleres bajo la tutela de escritores como Matthew Robbins, Walter Bernstein y de directores como Sydney Pollack y Oliver Stone.

Su paso por allí le hizo entender que “cuando uno escribe sólo debe tomar en cuenta las necesidades dramáticas de los personajes, no las políticas, morales, éticas, ni religiosas, porque si no la película puede tener éxito, pero va a morir pronto”.

A sus sesenta años de edad, y avalado por una obra que incluye comedias, dramas y melodramas, nos regala esta “historia de amor con un final trágico”, según la califica, que se adentra en la complicidad de un tema tan universal como el sida.

La trama que se traduce al celuloide transcurre en tres días. Un grupo de jóvenes marginados y sin rumbo en la vida se encuentran, llegan a La Habana y toman la decisión de infectarse con el VIH. El argumento está basado en hechos reales, recogidos en el libro SIDA:  Confesiones a un médico, del científico Jorge Pérez, quien fuera subdirector del Instituto de Medicina Tropical (IPK) de La Habana, y dirigió por muchos años el sanatorio Los Cocos, destinado a enfermos del virus letal.

¿Por qué este tema?
Durante un viaje que hice a San Francisco conocí a Jorge y ahí nos hicimos amigos.

Me dio el manuscrito para que lo leyera en calidad de editor. Cuando revisé esas historias desgarradoras, trágicas, me di cuenta que cabían varias películas. Lo más difícil fue decidir cuáles tomar. Al final opté por la de unos frikis y la de una muchacha a quien su padre violó e infectó.

¿Qué requisitos debe tener un guión para que lo seduzca? Hábleme de éste específicamente (fue escrito junto a Francisco García y Maykel Rodríguez).
Siempre digo que las historias me buscan. Todos los proyectos me han caído del cielo, aunque he tenido abiertas las orejas para estar atento a lo que me interesa. Para éste, investigué mucho porque era un neófito en el tema. Nunca me había metido en su complejidad, ni en esa época del periodo especial, tan convulso en Cuba. Me gusta escribir sin una camisa de fuerza. Llega el momento en que los personajes empiezan a independizarse, y a pedirte cosas. Exploras caminos increíbles. Lo más difícil fue parcelar las historias y decidir quiénes iban a ser los protagonistas, y quiénes los iban a acompañar. Nos demoramos más de la cuenta escribiendo el argumento. Definimos el primer acto y el segundo, el último no estaba muy claro, hicimos muchas versiones.

Se arriesgó con un elenco de jóvenes recién graduados y en contraposición a ello convocó a más de treinta experimentados actores, ¿por qué?
Soy muy vago. Me gusta escribir personajes con nombre y apellidos, es lo que hice en mis tres primeras películas. Tengo mis actores fetiches. Como la película es episódica hay muchos personajes que entran y salen, por eso hablé con mis amigos, aunque todos son personajes pequeños, tienen gran peso en la trama.

Para escoger a los protagonistas convoqué a un casting de alrededor de doscientos muchachos, que duró casi un año. Aprendí con Titón a hacer pruebas a los actores sin decirles nada, para ver las propuestas con las que ellos vienen. Lo único que sabía era lo que no quería. Y resulta que ninguna de las escenas del casting está en la película. Debo decir que quedaron fuera actores con grandes posibilidades.

¿Exactamente qué le interesa transmitir con Boleto al paraíso?
Traté de reflejar lo que pasó en la vida real: una combinación letal de inocencia, inexperiencia, ignorancia y la represión de una sociedad, donde la única salvación (de estos jóvenes) era refugiarse en un sanatorio, sin pensar que ése era el camino de la muerte. Aquí no hay tiempo para hacer discursos. Sería una locura que esos muchachos empiecen a decir frases trascendentes. Detesto el cine que me da la clase del día.

Quise contar una historia y que el público disfrute, porque el cine también es espectáculo, por muy desgarrador que sea. Desearía que esta película se la llevaran en los corazones para la casa. Y que el espectador la terminara. Cuando uno acaba la película es de los demás, cada cual hace la lectura que quiere y uno se alegra si hay diversidad. Nos hace mucha falta ese debate.

Dicen que todo crítico cuestiona de acuerdo a la película que quisiera ver. ¿Su condición de crítico entra en contradicción con la de director?
Trato de hacer la película que me gustaría ver como espectador en una sala de cine. Como crítico de cine mantengo esa cosa de ser implacable conmigo mismo. Cuando concluyo un filme ya no me gusta verlo, porque sólo noto dónde me equivoqué. También uno tiene que tener cierto rigor con el trabajo.

¿Se siente satisfecho con el resultado de Boleto…?
Hice la película que quería hacer.

cubanow.net  (Revista digital de arte y cultura)
La Habana, Cuba
Diciembre 17, 2010